Ponentes: Francisco Javier Sanjiao Otero y Luis Antonio Sáez Pérez
Moderación: Patricia Gabeiras Vázquez
Dentro del ciclo temático INNOVAR PARA LO RURAL, celebrado en colaboración con la Comunidad de Cultura y Desarrollo Sostenible de la Red Española para el Desarrollo Sostenible – REDS, en esta segunda sesión reflexionamos sobre el concepto de ruralidad y sobre la importancia de la medición del impacto que se genera en el desarrollo de las industrias culturales en el ámbito rural poniendo en especial valor el capital social.
Invitamos a los expertos, Francisco Javier Sanjiao Otero (profesor del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Santiago de Compostela, Director del grupo de investigación en Economía da Cultura e Xestión Cultural, Secretario do Museo do Pobo Galego y Secretario da Fundación Antonio Fraguas Fraguas), y Luis Antonio Sáez Pérez (profesor titular de la Universidad de Zaragoza en el Departamento de Estructura e Historia Económica y Economía, director de la Cátedra sobre Despoblación y Creatividad patrocinada por la Diputación Provincial de Zaragoza). La bienvenida y moderación estuvieron a cargo de Patricia Gabeiras, socia fundadora de Gabeiras & Asociados.
Adaptabilidad y garantía de futuro para los conocimientos tradicionales
La uniformización de las nuevas generaciones ha generado profundos cambios en la forma de relacionarnos y evidencia una necesidad de cambio y de adaptación a la cultura tradicional. “Hay que conocer y difundir el patrimonio cultural material e inmaterial. Sin embargo, hay que tener claro que lo que no tenga utilidad futura tenderá a desaparecer y a musealizarse en el peor de los sentidos”, comenta Sanjiao, al iniciar la sesión.
La cultura tradicional se enfrenta a saberes no reglados y está abocada a adaptarse a los nuevos medios; por ello, el conocimiento de los saberes populares debe tener una garantía de futuro y esto pasa por obtener un nuevo valor que les permita entrar en el mercado, además de que la gente los valore. Con los años, la cultura ha pasado de ser una suma de costumbres adquiridas para sobrevivir, a ser un elemento que se minusvalora al momento de emplearse como un objeto de autoafirmación.
Uno de los principales problemas, evidenciado durante la exposición, radica en que el sistema de producción cultural rural se enfrenta a un sistema industrial que, en términos de medición y de impacto en el PIB, sobrepasa por mucho al primero.
¿Es posible conseguir el regreso a lo rural?
“Se pueden atraer recursos con carácter pasajero a través del turismo rural, por ejemplo, pero lo realmente importante es generar y arraigar riqueza en el territorio. El regreso a lo rural se puede lograr encontrando nuevas formas de vida y su futuro dependerá de fomentar la creatividad y la innovación desde la aldea”, continua el ponente para quien la cultura es un factor de desarrollo generador de capital humano, social y relacional.
Para hacer frente a las necesidades futuras hay que desarrollar políticas sociales de apoyo al mundo rural que den acceso a servicios de calidad y a las nuevas tecnologías, fomenten el talento, incentiven la descentralización e impulsen el empleo de recursos, hasta el momento, desempleados. Hay que adaptarse a nuevos procesos y aprovechar el patrimonio cultural para generar riqueza, fomentar la asociación, buscar economías de escala y, sobre todo, hay que incorporar los beneficios sociales y costes de oportunidad en los balances.
Respeto a esto último, Sanjiao hace especial referencia a la importancia de incorporar externalidades positivas y negativas de las actividades rurales, costes de oportunidad, así como buscar indicadores diferentes a los desarrollistas. No cabe duda de que el futuro de lo rural, en un mundo globalizado, está asegurado siempre que nos fijemos en estas peculiaridades, apuntaba al cierre de su intervención.
El verdadero impacto de la cultura en lo rural
Durante la segunda parte de la sesión, Luis Antonio Sáez apuntaba lo difícil que es centrar y unificar el concepto tanto de cultura como de lo rural dado su carácter abierto y diverso en ambos casos. “La medición del impacto es muy deudor de las métricas y de la metodología y dentro del debate, sobre todo en el académico donde se buscan evidencias, parece ser más difícil traducir los índices empleados”.
Para Sáez hay diversas formas de cuantificar. Se puede acudir a la medición del impacto monetizado, teniendo en cuenta el turismo y la revalorización de la vivienda, por ejemplo; o podemos tener en cuenta la reputación territorial y la marca de ciudad que genera y explota la imagen de un lugar. “La filosofía utilitarista, que ha permeado la economía y se ha trasladado a la cultura, nos obliga a querer cuantificar y medirlo todo, pero no siempre es fácil y parece tener una importancia desmedida actualmente”.
En cuanto a los indicadores, considera que en España se ha hecho un buen trabajo encabezado por el Ministerio de Cultura al generar la cuenta satélite que, aunque elaborada con un enfoque vertical y sectorial y algunas limitaciones que hay que asumir, este modelo ha sido replicado con éxito en otros países.
Centrado en la idea de la cultura como una comunidad que puede tener varias dimensiones, el experto nos hablaba del concepto de ciudades de la cultura o barrios culturales y señalaba que la UE, a través del Informe Monitor de 2019, ha puesto el foco en las ciudades que tienen valor cultural y trabaja tres ámbitos en particular: la vitalidad, la economía y el contexto.
Las dinámicas del mercado que han llevado a una extensión de la gamificación, la espectacularización y la gentrificación son tremendamente dañinas para la cultura. La ventaja de lo rural frente al mercado está en que la escala es pequeña y en el consumo individual e inmediato que genera.
Las mediciones oficiales, aunque legítimas, generan una inversión en el orden de los factores que no es conmutativo. La cultura comunitaria es muy potente no solo por el conocimiento espontáneo que sugiere y el aprendizaje que genera, sino también porque fortalece las raíces, los vínculos y la confianza como elementos constitutivos del capital social. Sáez destaca que entre las mayores aportaciones de lo rural a la cultura está la dimensión, considerada ésta como ese espacio físico para hacer cosas, que nos permite redimensionarnos, muy anclado en la belleza y observación de la naturaleza, la ralentización del tiempo y la visualización de las labores.
Retomando la pregunta clave de este debate, Sáez concluye que el impacto sí se puede medir. Sin embargo, quizá no necesariamente a través de los números sino a través de las palabras que son más matizables y flexibles que nos permiten explicarnos mejor. “Hay que asumir la imprecisión, sin renunciar a la búsqueda del rigor”.
Pincha aquí para ver el vídeo de la ponencia: https://vimeo.com/563343482